Muchos profesionales de cafeterías y bares temen al mes de agosto, bien porque su trabajo se eleva a la enésima potencia, o bien por todo lo contrario, se sienten como Macaulay Culkin en “Solo en casa”. Me estoy refiriendo al camarero de bar de barrio, ése que es un poco “pringadete” y al que no le preguntan qué semana quiere de vacaciones.
Sus compañeros, raudos y veloces, en un concilio “secreto” se reparten sin contar con él, el mes de agosto. Aunque tampoco son tan malos, en un alarde de generosidad le dejaron escoger entre las dos últimas semanas de septiembre.
Ésas fechas casi son las mejores, son las elegidas por los jubilados que son los turistas más educados, juegan al bingo y bailan el baile de los pajaritos, y eso, como dicen los chicos de hoy en día, “mola taco”.
Así que nuestro camarero de barrio decide no enfadarse con sus compañeros y volver agachar la cabeza, como siempre, como también hará al año que viene.
Seguro que conoceréis algún caso como éste, yo le voy a poner nombre porque lo merece, llamémosle Faustino. Por supuesto que Faustino es soltero, vive con su madre viuda y tiene 52 años, es precisamente lo que le hace ser más vulnerable y ser el blanco perfecto para las “chanzas” de sus compañeros. Su madre le sigue llamando “el chico” y todavía mantiene la esperanza de ser abuela.
Por eso todos los lunes escribe al programa de “Hombres, mujeres y viceversa” para ver si cogen a su “Faustinín”.
Como de momento no recibe respuesta del conocido programa, le prepara con toda la buena fe, citas “secretas” con alguna moza en edad de merecer.
La última vez se presentó en el bar con la hija de su amiga Catalina, una chica limpia como pocas y con estudios de mecanografía. Sus compañeros estaban también “en el ajo”, habían sincronizado sus relojes para estar pendientes de la entrada triunfal de “semejante hembra”. Faustino tenía pocas esperanzas, su madre era un poco corta de vista y no tenía muchas dotes de Celestina, pero no podía decirle que no. Así que cuando vio a Lourdes, que así se llamaba la chica, decidió hacerse el simpático pero guardando las distancias, no se fuese a hacer demasiadas ilusiones.
Cuando finalizó la cita, sus compañeros casi se mean de la risa. Piluca, la cocinera, una gaditana con mucha gracia, haciendo honor al espeso bigote de Lourdes, la bautizó como “la Groucho”. La suerte que tuvo “nuestro” Faustino fue que con la llegada del mes de agosto, todos se fueron yendo a su destino vacacional, eso sí, prometieron traerle como todos los años un imán para la nevera, de ésos que tanto le gustan.
Así que llegó “su” momento: la soledad más que absoluta. Su jefe, antes de irse, le dedicó unas emotivas palabras, “ya sabes Faustino que sin ti esto se hundiría, me voy muy tranquilo, eres el único en el que confío, no te olvides de encender la alarma cuando cierres. No pongas el aire acondicionado, para la gente que va a entrar, no merece la pena, y no te me pongas a hacer crucigramas en la barra como el año pasado, queda muy feo y espanta a los clientes”. Y así se marchó, no sin antes volver a recordarle lo del aire acondicionado.
Tampoco lo dejaban tan solo, Piluca le había dejado al cuidado de su periquito “Adolfito”. Por el día el pájaro se quedaba en el bar, pero por la noche tenía que llevárselo a casa porque según su dueña, tenía miedo a la oscuridad. Como los clientes entraban a cuenta gotas y no podía hacer crucigramas, su principal tarea era la limpieza del local, concretamente, la archisabida suciedad de la cocina.
Esto le cabreaba mucho a Faustino pero con eso se quedaba, sólo paliaba su mala leche cogiendo a hurtadillas el papel higiénico del baño, se lo llevaba a su casa como una especie de venganza contra su jefe, y se decía para sus adentros: “no me dejas poner el aire acondicionado pero me lo voy a cobrar en papel higiénico, so canalla”.
Iba tachando los días del mes de agosto cómo si fuese el preso de una cárcel, todas las noches, justo después de la llamada diaria de su jefe.
Tenía que informarle del cierre de la caja y soportar sus reproches continuos, “pues no sé qué has hecho Faustino, ¡vaya mierda de caja!, bueno, a ver si mañana mejora la cosa, porque si no igual tenemos que echar el cerrojazo…”
Un día recibió la visita de sus vecinos, acababan de llegar de Salou y aunque eran de los que se pegaban dos horas con un triste café, decidieron entrar en el bar con la excusa de hacerle compañía. La verdad es que eran otras sus intenciones, no sólo iban a presumir de sus vacaciones, se iban a “trapiñar” todo lo que viesen en la barra, no iban a pagar ni un euro, y encima no dudarán en decirle: “total, si esto mañana seguro que lo tienes que tirar”.
“Nuestro” Faustino, de lo bueno que es, es tonto, incluso les agradece el gesto y se alegra del imán repetido que le han traído para la nevera.
Su mamá tampoco le dejaba abandonado en esos días, y es que madre no hay más que una, así que a las cinco de la tarde allí la tenía con su corte de amigas, viudas todas ellas pero más agarradas que un chotis, no pasaban del café con leche y un churro para cada una.
La cosa no podía ir peor, el pobre Faustino ya no podía ni con su alma, hasta que un día todo cambió. Una mañana se presentó en el bar un comercial de ésos que tienen labia. Le preguntó si alguna vez había presenciado en el local el atragantamiento de un cliente, según él estaba a la orden del día.
Le enseñó hasta estadísticas de personas que mueren por eso y el trauma que le deja al camarero que lo presencia, “algunos incluso llegan a suicidarse por el sentimiento de culpa”, le dijo muy solemne. Ésa frase le marcó mucho a “nuestro” Faustino y casi sin pensar, abrió su cartera, y le compró un dispositivo anti-atragantamiento de última generación.
Pasaron apenas unos días, nada más marcharse la cofradía de amigas de su madre, entró en el bar un chico que desde el principio le resultó conocido, tenía un fuerte acento andaluz y el pelo rizado. Le pidió una cañita y unas aceitunas. Se puso a leer el periódico mientras el chico miraba la televisión y enseguida logró identificarle, era el mismísimo David Bisbal, cuándo se lo contase a sus compañeros, ¡se pondrían verdes de envidia! Así que se dispuso a sacar su móvil para hacerse un “selfie” de ésos que le pararían el corazón a Piluca.
De repente, el cantante se puso de color morado. Se estaba ahogando, probablemente por algún hueso de aceituna, no podía articular palabra. Por una vez, “nuestro” Faustino no se quedó paralizado por el pánico, sacó del botiquín el dispositivo que compró, se lo colocó en la boca a Bisbal e hizo lo que le comentó el comercial: empujar el mango/fuelle, tirar del mango y repetir varias veces la operación. Logró liberar la vía y el cantante pudo expulsar el maldito hueso, casi le da en un ojo, pero eso era lo menos importante.
Al día siguiente, toda la prensa nacional e internacional estaba en la puerta del bar, su madre estaba de lo más orgullosa. Fue entrevistado en riguroso directo por el programa de Susanna Griso e invitado por David Bisbal a uno de sus conciertos, nada más y nada menos que en la zona vip. Cuando sus compañeros volvieron de vacaciones no daban crédito, le llovieron las felicitaciones y los imanes nuevos para su nevera.
Ahora podía pasarse por el arco del triunfo todas sus “bromitas”, porque era un tío grande, importante, seguro de sí mismo, y… con novia. Lourdes se había rendido a sus pies y no era tan fea como en un principio parecía, hasta se había depilado el bigote sólo para él, ¿qué más podía pedirle a la vida?
Continuará…
Me he quedado con ganas de más, muy bonito el relato
Puede ser que más adelante nos animemos con otra entrega…
Pobre Faustuno al final ha conseguido su recompensa
Hay que pensar que los buenos siempre ganan